En la piel de nuestra primera vida

Apuntes para seguir pensando

Munch El Baile

Extraño los diálogos y lamento que los días no se presten para demasiada profundización. Se acerca la navidad y con su cercanía aumenta la locura de las compras, el tráfico, la carrera contra reloj, cuando lo hermoso de estos tiempos debería ser la tranquilidad, la serenidad, la compañía, la amistad, la familia.

Digo lo anterior porque es lo que he sentido en estos días y es por ello que quiero aprovechar la publicación del post La tensión entre la segunda vida y el amplificador de la primera vida en el que plantea la relación entre la segunda vida que tanto han promovido espacios como Second Life y la Primera Vida, esta de todos los días.

Dice Carlos:

Como dos formas distinta que conviven una propone crearse una nueva vida, la segunda mostrar en grandes titulares la primera. Quizás y haciendo honor al nombre de este blog, sean formas de una misma topología, una cinta de moebius que al recorrerla nos pasa de interno a externo en una continuidad a infinito.

Esto no hace más que recordarme que ayer leía en twitter a alguien que decía que los disfraces no son más que una demostración de nuestros más profundos deseos. Quizás sean parte importante de nuestro verdadero yo, aquello que de verdad somos. Pero la impostura cansa como cansa la permanente vida online, incluso fuera de SL. Nunca había pensado esto, pero en los últimos días he tenido tantas ganas de tener una «vida normal». Fastidiarme de no hacer nada, ver comiquitas en el canal Retro de la televisión y leer libros de papel (si, de papel).

Cuántas veces no me ha pasado en los últimos tiempos que veo una escena en la calle con una sensación de extrañamiento, como si lo hiciera por primera vez, como si conociera al otro por primera vez pero, no se engañen con romanticismos, hablo de una sensación de extrañamiento literal, de sentirme ajena y es que el vaiven de las relaciones mediadas por la tecnología, la relación con el otro a traves de la pantalla y, también, la vivencia de la vida a través de nuestros múltiples yoes e imposturas llega un momento en que agotan. O al menos a mi me agotan en este momento y este acto de escritura lo que buscar es darle un poco de forma a lo que me inspira la lectura del post que cito.

No es una novedad decir que la relación entre lo público y lo privado, la relación entre lo social y lo individual han cambiado pero quizás no lo tenemos tan claro cuando entramos en el mundo virtual y nos convertimos en editores de nuestra propia vida. Además de nuestras propias ideas, estamos editando la vida permanentemente: «estoy en el tráfico», «estoy escuchando Pink Floyd», «voy a la librería», son mensajes que escribo con mucha frecuencia para decir al otro «acá estoy», «existo», «estoy siendo»: «no te olvides de mi.»

Son algo más que dos caras de una misma identidad: es a proyección estroboscópica de nuestra identidad, de aquello que soy, de lo que creo ser, de lo que quiero ser. Así como escribí en twitter hace unos minutos, ratifico que no sé a dónde va todo esto. Lo que si sé es que hay momentos en los que quiero decir, parafraseando el graffity aquél de mayo del 68: «paren esto que me quiero bajar». Pero no será posibe. Una vez que hemos cedido a los placeres de la propia exhibición, una vez que hemos hecho de la palabra nuestro instrumento de presentación (ya sea impostura) frente al otro, una vez que nos enganchamos en la imprevisibilidad y el vértigo (si, me gusta la palabra) de este vivir en lo virtual no hay marcha atrás. Hemos dado un paso que no es posible revertir. Y no es trágico, sólo que a veces agota.

Acerca de Juliana Boersner

Psicóloga Social, Máster en Estudios Literarios y en Bibliotecología y Ciencias de la Información. Docente universitaria, editora, librera. Fanática de las tecnologías de información y su impacto sobre los seres humanos, sus relaciones, su identidad. Humanista digital y analista del tema editorial con especial foco en futuro del libro y la edición.
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